Perú o quién vigila al vigilante

Perú o quién vigila al vigilante
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
11 Nov 2020

Lo que vemos en Perú es la cara oscura, el caso no exitoso, de cuando se intenta “depurar” al sistema político por vías judiciales utilizando la “lucha contra la corrupción”, pero sin tener un sistema de justicia verdaderamente independiente e imparcial, y sin un Estado de derecho fortalecido. Por eso, el resultado no ha sido creíble (como sí lo fue en Brasil y hasta cierto punto en Guatemala), pues en Perú este proceso ha resultado en la instrumentalización de la justicia para quitar del camino a los adversarios políticos de ambos lados.

 

Para entender la situación política de Perú en los últimos días hay que remontarse a varios años atrás con la conmoción social que causaría el Caso Lava Jato (y su ramificación en prácticamente todos los gobiernos de Suramérica a través de los sobornos de la constructora brasileña Oderbretch), que desató una ola de inestabilidad y de ingobernabilidad en ese país, que terminaría catalizando una suerte de “depuración” del sistema político por la vía de juicios por casos de corrupción a la clase política tradicional peruana[1].

Con la destitución de Martín Vizcarra de la presidencia de la república por parte del Congreso en días recientes, se terminaría repitiendo la historia del expresidente Pedro Pablo Kuczynski, o “PPK”, a quien el Congreso le aprobó dos vacancias, en 2017 y una segunda en 2018, por la cual terminaría renunciando al cargo, tras el escándalo de corrupción de los llamados “kenjivideos” y posteriormente, también por su involucramiento en el caso Lava Jato, que ya alcanza a cuatro expresidentes procesados por la justicia junto con sus gabinetes.

Recordemos que en 2019, en una acción polémica, el expresidente Martín Vizcarra clausuró al Congreso y convocó a nuevas elecciones (también para evitar una vacancia en su contra), pero lamentablemente en el nuevo Congreso tampoco contaba con una bancada poderosa y ni siquiera con un partido político fuerte que respaldara sus ejecuciones, a pesar de que sí contaba con una buena aceptación en la opinión pública. Por su parte, a pesar de su disolución y de la conformación de un nuevo pleno en 2019, el Congreso de la República sigue siendo uno de los organismos más desprestigiados del sistema democrático peruano y tiene un alto número de desaprobación entre la ciudadanía. A esto hay que sumarle que, a la luz de la pandemia y la crisis del Covid-19, según datos de varios organismos, Perú es el país de América Latina con más fatalidades y más pérdida del PIB. Sin olvidar tampoco que Perú es el segundo país (después de Colombia) en haber asumido los mayores costos de la tragedia humanitaria venezolana al recibir a casi un millón de refugiados venezolanos en las condiciones más extremas y con grandes necesidades que han requerido la protección, respuestas de emergencia e inclusión económica y social por parte del Estado.

Dentro de la Constitución peruana existe la posibilidad de decretar la incapacidad moral permanente del Presidente de la República. La incapacidad moral sería una especie de juicio político o de “responsabilidad”. Y de los 130 diputados que componen el pleno, 109 decidieron que Vizcarra está incapacitado moralmente para gobernar por una supuesta implicación del ahora expresidente en casos de corrupción[2].

Sobre la composición actual del Congreso, lo integran mayoritariamente partidos no tradicionales, como el Frepap, partido cristiano fundamentalista que terminó sirviendo de bisagra para la aprobación de la vacancia; también la vacancia fue aupada por la UPP, que es el partido de Antauro Humala y que es un partido etnocentrista, nacionalista y militarista; y también Acción Popular, el partido histórico de centro-derecha del expresidente Belaúnde Terry.

En su momento, hace más o menos un año, se celebró que la “vieja política corrupta”, representada en el APRA, no llegó al nuevo Congreso y que el fujimorismo perdió gran cantidad de escaños. De hecho la gente votó por muchas de las fuerzas independientes y “outsiders”, que paradójicamente hoy están en el Parlamento y articularon esta operación para declarar la vacancia a Vizcarra.

A cinco meses de las elecciones generales en ese país y del bicentenario de su independencia, el panorama no pareciera aclararse. Y por si fuera poco, de nuevo el fujimorismo pareciera ser la fuerza política que tenderá a imponerse y ya el sistema político ha quedado sin anticuerpos para detenerlo.

Lo que vemos en Perú es la cara oscura, el caso no exitoso, de cuando se intenta “depurar” al sistema político por vías judiciales utilizando la “lucha contra la corrupción”, pero sin tener un sistema de justicia verdaderamente independiente e imparcial, y sin un Estado de derecho fortalecido. Por eso, el resultado no ha sido creíble (como sí lo fue en Brasil y hasta cierto punto en Guatemala), pues en Perú este proceso ha resultado en la instrumentalización de la justicia para quitar del camino a los adversarios políticos de ambos lados.

 

 

[1] El problema es que esta depuración del sistema político por la vía judicial a través de juicios por casos de corrupción, con los años, se ha convertido (como es de esperarse cuando el sistema de justicia tiene serias falencias) en un arma política para eliminar adversarios del camino. Es decir, se trata del conocido dilema de “quién vigila al vigilante”, donde los que acusan a la “vieja política” de actos de corrupción, también han resultado implicados en manejos indebidos.

[2] Al parecer hay indicios de que Vizcarra colocó a familiares y allegados a la administración pública y también gracias a la confesión de unos colaboradores eficaces, se le ha implicado en un posible soborno en el caso conocido como el "Club de la construcción". Véase https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-54896219