"El fin de la Historia" continúa...

"El fin de la Historia" continúa...
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Daphne Posadas es Directora del Área de Estudios Internacionales en Fundación Libertad y Desarrollo. Participa en espacios de análisis político en radio, televisión y medios digitales. Está comprometida con la construcción de un mundo de individuos más libres y responsables.
26 Mayo 2021

En 1989 Francis Fukuyama publicó uno de los artículos más emblemáticos de las Relaciones Internacionales:  “El fin de la Historia”. En sus páginas explica la victoria de las instituciones liberales frente  al absolutismo, el bolchevismo, el fascismo y  finalmente el marxismo. Esto, dice, se logró a través del agotamiento de alternativas viables y efectivas a los sistemas basados en la libertad, el estado de derecho y la democracia republicana como mecanismos para la resolución de conflictos.

En su ensayo -que años más tarde se convirtió en libro- Fukuyama destacó dos grandes enemigos del liberalismo en el siglo XX: el fascismo y el comunismo. Los primeros 50 años del siglo XX fueron para derrotar al primero. Las promesas de grandeza del fascismo alemán quedaron sepultadas después de la Segunda Guerra Mundial  y casi todos los países quedaron curados. 

La segunda mitad del siglo XX sirvió para darle batalla al comunismo. Las reformas emprendidas por Gorbachev y la final caída del muro de Berlín fueron la evidencia de un sistema fracasado. Al mismo tiempo, en China se hicieron cambios que daban luces de encaminarse hacia un sistema de mercado más abierto. 

Según Fukuyama el fin de la historia se encuentra del otro lado de las grandes batallas culturales e ideológicas.  Al hacer un breve recorrido histórico universal, retoma la idea Hegeliana y presentada por Kojève, de que la humanidad -en términos muy generales- ya lo alcanzó, la libertad y la democracia republicana ganaron. Sin embargo, las conquistas no son para siempre, las ideas nunca mueren y las democracias son sistemas siempre perfectibles. 

Dice Fukuyama, que el estado final de la historia es liberal porque reconoce y protege el derecho universal de los hombres a su libertad y es democrático porque funciona a través del consentimiento de los gobernados. Aquellos países que han logrado demostrar que las instituciones del liberalismo son parte de la fórmula más eficiente habrán alcanzado el fin de la historia. 

Sin embargo, en la actualidad hay algunos países en los que todavía se están dando esos debates o peor aún, en los que las instituciones liberales jamás han cuajado. Tal es el caso de América Latina que hoy es la arena de batalla de otro de los grandes enemigos que debe y deberá combatir el liberalismo: el populismo. 

El craso error en América Latina es la ausencia de instituciones sólidas que permitan canalizar las demandas de los ciudadanos. Si a esto se agregan factores como el analfabetismo, la desnutrición, la pobreza, la violencia y la corrupción, la fórmula es desastrosa. Es precisamente en estos ambientes en los que surgen los “hombres fuertes” o caudillos que ofrecen cambios radicales a un sistema disfuncional.

Los caudillos latinoamericanos están resurgiendo y con sus proyectos populistas se están vendiendo como una fórmula más eficaz que las instituciones liberales para resolver los problemas de nuestros tiempos. Sin embargo, así como las pretensiones del fascismo y el comunismo finalmente fueron desenmascaradas por la historia, la del populismo también lo será. Ya tenemos algunos ejemplos de sus fracasos.

Quizá la historia no necesariamente tiene un final como dice Fukuyama, quizá más bien se trata de un proceso, de un ciclo de expansión y contracción de las libertades, el famoso péndulo entre libertad o coerción. Quizá los seres humanos siempre estamos buscando maneras de aumentar nuestros grados de libertad y son esos los motores de los cambios políticos. Lo cierto es que los liberales en América Latina estamos hoy en el campo de batalla y nuestro enemigo es el populismo.