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Lies, populism, repression and the indifference of elites
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

16 Dec 2022

Las armas del poder:

 

América Latina se pasó los últimos 100 años en el vaivén de los ciclos, los columpios y los subes y bajas. Hemos tenido épocas de progreso y esperanza; de retroceso y frustración.

A pesar de los golpes y las traiciones a la democracia, a la ley y a la libertad, en los últimos años, si nos comparamos con décadas pasadas, se debe reconocer que hemos mejorado y avanzado en casi todos los campos de la vida; pero no lo suficiente. Y hoy, el futuro próximo está en peligro.

Los desafíos del mundo en el Siglo XXI están marcados por la insuficiencia de tantas cosas, la confusión de tantas otras, la mala leche de quienes se aprovechan de las circunstancias y la forma en que la mentira, las intrigas y la maldad caminan como fuego en gasolina.  

Las ideologías, lejos de ser material para discusiones de alto nivel en democracia, se convirtieron en la excusa que unos ponen para meter miedo y otros para exacerbar los odios porque las expectativas están lejos de la realidad.

Así, la noticia es que, en América Latina nos la hemos pasado dando bandazos, de golpe en golpe, de miseria en miseria, de mentira en mentira, acumulando insuficientes victorias y dejando atrás a demasiada gente a causa de la incultura y la brutalidad que imponen unos y otros.  

La historia detrás de esta historia es que la política se convirtió en puente y plataforma para cualquier cosa menos para trabajar en libertad con la gente por el bienestar del colectivo.

Demasiados Países en los 4 continentes están llenos de políticos que, cuando meten las manos para resolver los problemas que ellos mismos causaron, son nuestros derechos los que terminan comprometidos y nuestras libertades las que salen trasquiladas; y esto, ante la indiferencia o la complicidad de las élites.

Así, el mundo, y en especial América Latina, viven una época de confusión, desorden y desesperanza. Nos dicen que vivimos en democracia, pero la realidad es que estamos regresando a la barbarie de la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda.

Con escasas excepciones, lo que están haciendo desde México hasta la Argentina con la democracia liberal y sus valores republicanos podría regresar a la América Latina a los peores años del Siglo XX.  

Es cierto que la democracia tiene defectos y pasa por mal momento, pero cualquier otro sistema solo produce subdesarrollo y pobreza. Por eso es tan importante dejar de llamar democracias, por un lado, a las naciones gobernadas por bandidos que se dicen de derecha; y por otro, a las naciones capturadas por populistas de izquierda radical que, también son bandidos, aunque pretendan hacerse pasar por demócratas.  

En América Latina, la de político debe ser una de las pocas profesiones para la que no hace falta tener ni la primaria. La economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia, el honor y la decencia son materias desconocidas para esa horda de estafadores que arrasan el continente y buscan el poder político por ambición y sin escrúpulos, para hacer de naciones enteras, fincas personales. Se atreven a todo porque todo lo ignoran. Y porque nadie pide cuentas. Por eso hace tanta falta el ciudadano.

Los escándalos del gobierno peruano, la complicidad y el amiguismo del nuevo presidente de Colombia con la dictadura criminal de Caracas y la destrucción de Argentina a manos del peronismo populista son solo tres ejemplos que ratifican que América Latina navega en aguas sórdidas, turbulentas, predecibles.

Por eso hace tanta falta el ciudadano, presente, valiente, amante de la libertad; para dejar de vivir en el disparate y lograr que algún día dejemos de ser pueblos que merecemos la historia y los gobernantes que tenemos.

 

 

 

 

Mentiras, populismo, represión y la indiferencia de las élites
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

16 Dec 2022

Las armas del poder:

 

América Latina se pasó los últimos 100 años en el vaivén de los ciclos, los columpios y los subes y bajas. Hemos tenido épocas de progreso y esperanza; de retroceso y frustración.

A pesar de los golpes y las traiciones a la democracia, a la ley y a la libertad, en los últimos años, si nos comparamos con décadas pasadas, se debe reconocer que hemos mejorado y avanzado en casi todos los campos de la vida; pero no lo suficiente. Y hoy, el futuro próximo está en peligro.

Los desafíos del mundo en el Siglo XXI están marcados por la insuficiencia de tantas cosas, la confusión de tantas otras, la mala leche de quienes se aprovechan de las circunstancias y la forma en que la mentira, las intrigas y la maldad caminan como fuego en gasolina.  

Las ideologías, lejos de ser material para discusiones de alto nivel en democracia, se convirtieron en la excusa que unos ponen para meter miedo y otros para exacerbar los odios porque las expectativas están lejos de la realidad.

Así, la noticia es que, en América Latina nos la hemos pasado dando bandazos, de golpe en golpe, de miseria en miseria, de mentira en mentira, acumulando insuficientes victorias y dejando atrás a demasiada gente a causa de la incultura y la brutalidad que imponen unos y otros.  

La historia detrás de esta historia es que la política se convirtió en puente y plataforma para cualquier cosa menos para trabajar en libertad con la gente por el bienestar del colectivo.

Demasiados Países en los 4 continentes están llenos de políticos que, cuando meten las manos para resolver los problemas que ellos mismos causaron, son nuestros derechos los que terminan comprometidos y nuestras libertades las que salen trasquiladas; y esto, ante la indiferencia o la complicidad de las élites.

Así, el mundo, y en especial América Latina, viven una época de confusión, desorden y desesperanza. Nos dicen que vivimos en democracia, pero la realidad es que estamos regresando a la barbarie de la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda.

Con escasas excepciones, lo que están haciendo desde México hasta la Argentina con la democracia liberal y sus valores republicanos podría regresar a la América Latina a los peores años del Siglo XX.  

Es cierto que la democracia tiene defectos y pasa por mal momento, pero cualquier otro sistema solo produce subdesarrollo y pobreza. Por eso es tan importante dejar de llamar democracias, por un lado, a las naciones gobernadas por bandidos que se dicen de derecha; y por otro, a las naciones capturadas por populistas de izquierda radical que, también son bandidos, aunque pretendan hacerse pasar por demócratas.  

En América Latina, la de político debe ser una de las pocas profesiones para la que no hace falta tener ni la primaria. La economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia, el honor y la decencia son materias desconocidas para esa horda de estafadores que arrasan el continente y buscan el poder político por ambición y sin escrúpulos, para hacer de naciones enteras, fincas personales. Se atreven a todo porque todo lo ignoran. Y porque nadie pide cuentas. Por eso hace tanta falta el ciudadano.

Los escándalos del gobierno peruano, la complicidad y el amiguismo del nuevo presidente de Colombia con la dictadura criminal de Caracas y la destrucción de Argentina a manos del peronismo populista son solo tres ejemplos que ratifican que América Latina navega en aguas sórdidas, turbulentas, predecibles.

Por eso hace tanta falta el ciudadano, presente, valiente, amante de la libertad; para dejar de vivir en el disparate y lograr que algún día dejemos de ser pueblos que merecemos la historia y los gobernantes que tenemos.

 

 

 

 

The use and abuse of power
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

26 Nov 2022

Vivimos tiempos difíciles, tiempos de prueba. 

 

La democracia fue la idea política más exitosa del Siglo XX; pero tuvimos que pasar por dos guerras mundiales y una depresión económica para aprender que el respeto y el ejercicio de ciertos valores permite y promueve la evolución del ser humano y el desarrollo de las naciones.

Esos valores encontraron casa y bautizo en esa forma de vida que se llama democracia liberal, republicana y capitalista; una forma de vida que, a pesar de sus defectos y limitaciones, ha demostrado sus ventajas y beneficios.

Las naciones modernas y desarrolladas de hoy son el resultado de la libertad y del ejercicio del respeto a esos valores que también se conocen como “Los valores de Occidente”.  

En esta segunda década del Siglo XXI ya quedó claro que la especie humana vive un cambio de era al que todavía no encontramos propósito, rumbo y claridad.

Sabemos que la libertad es el valor con el que se nace y debe ser la condición con la que se muere; sin embargo, desde hace más o menos 15 años, cada vez, menos personas en el mundo tienen la oportunidad de votar en elecciones realmente libres y democráticas.

El carnaval de los tiranos está regreso. La crueldad contra lo humano, la falta de respeto a los derechos fundamentales y el desprecio a la libertad individual son, otra vez y en pleno Siglo XXI, un fenómeno brutal, creciente y con escasa oposición.  

A las tiranías del Siglo XX – nazismo, comunismo y fascismo – se sumaron en las últimas décadas el fanatismo islámico y el populismo autoritario, de izquierda o derecha. Siempre con el mismo objetivo: someter a los pueblos, violar sus libertades y convertir naciones enteras en botín de caudillos, sociópatas y bandidos.

Es cierto que una economía global insuficiente, los altos niveles de conflictividad social provocados por la desinformación y la mentira, los impactos del cambio climático, nuestra lentitud en aprender a convivir con ciertos elementos disruptivos de la tecnología y la simbiosis que se ha producido entre la política, la corrupción y el crimen trasnacional, tienen al mundo de cabeza; pero, si no resolvemos y corregimos pronto, llegaremos al borde del precipicio.

A través del drama, la novela y los juegos del poder que ha sido la política a través de la historia, siempre fueron pequeños grupos los que marcaron los momentos estelares, para bien y para mal. Siempre fue la naturaleza humana, la forma de ser de los individuos que estaban al mando, la que definió si lo que se escribía en cada capítulo de nuestro libro, era para nuestra desgracia o para la gloria y la libertad de los pueblos.

Ahora bien, siempre fue, es, y será El Ciudadano, el que hace realidad la ilusión por la evolución y el desarrollo de su familia, de su pueblo, de su nación, a pesar de la política, con la ayuda de la tecnología, en el marco de una cultura societaria que premia la excelencia, reclama el respeto y promueve la solidaridad; una cultura que aprende de sus errores, distingue a quien lo merece, elige a sus mejores y aplaude los éxitos de unos porque sabe que son de todos.    

Ese Ciudadano debe vivir sin olvidar lo que dijo uno de los grandes del Siglo XX, respecto a que la democracia es el peor sistema político del mundo, con excepción de todos los demás; y que, en el fondo de su corazón, y aunque sea en su inconsciente, sabe que el valor, el único y el principal, del que depende su bienestar, su honor y su humana dignidad es la libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El uso y el abuso del poder
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

26 Nov 2022

Vivimos tiempos difíciles, tiempos de prueba. 

 

La democracia fue la idea política más exitosa del Siglo XX; pero tuvimos que pasar por dos guerras mundiales y una depresión económica para aprender que el respeto y el ejercicio de ciertos valores permite y promueve la evolución del ser humano y el desarrollo de las naciones.

Esos valores encontraron casa y bautizo en esa forma de vida que se llama democracia liberal, republicana y capitalista; una forma de vida que, a pesar de sus defectos y limitaciones, ha demostrado sus ventajas y beneficios.

Las naciones modernas y desarrolladas de hoy son el resultado de la libertad y del ejercicio del respeto a esos valores que también se conocen como “Los valores de Occidente”.  

En esta segunda década del Siglo XXI ya quedó claro que la especie humana vive un cambio de era al que todavía no encontramos propósito, rumbo y claridad.

Sabemos que la libertad es el valor con el que se nace y debe ser la condición con la que se muere; sin embargo, desde hace más o menos 15 años, cada vez, menos personas en el mundo tienen la oportunidad de votar en elecciones realmente libres y democráticas.

El carnaval de los tiranos está regreso. La crueldad contra lo humano, la falta de respeto a los derechos fundamentales y el desprecio a la libertad individual son, otra vez y en pleno Siglo XXI, un fenómeno brutal, creciente y con escasa oposición.  

A las tiranías del Siglo XX – nazismo, comunismo y fascismo – se sumaron en las últimas décadas el fanatismo islámico y el populismo autoritario, de izquierda o derecha. Siempre con el mismo objetivo: someter a los pueblos, violar sus libertades y convertir naciones enteras en botín de caudillos, sociópatas y bandidos.

Es cierto que una economía global insuficiente, los altos niveles de conflictividad social provocados por la desinformación y la mentira, los impactos del cambio climático, nuestra lentitud en aprender a convivir con ciertos elementos disruptivos de la tecnología y la simbiosis que se ha producido entre la política, la corrupción y el crimen trasnacional, tienen al mundo de cabeza; pero, si no resolvemos y corregimos pronto, llegaremos al borde del precipicio.

A través del drama, la novela y los juegos del poder que ha sido la política a través de la historia, siempre fueron pequeños grupos los que marcaron los momentos estelares, para bien y para mal. Siempre fue la naturaleza humana, la forma de ser de los individuos que estaban al mando, la que definió si lo que se escribía en cada capítulo de nuestro libro, era para nuestra desgracia o para la gloria y la libertad de los pueblos.

Ahora bien, siempre fue, es, y será El Ciudadano, el que hace realidad la ilusión por la evolución y el desarrollo de su familia, de su pueblo, de su nación, a pesar de la política, con la ayuda de la tecnología, en el marco de una cultura societaria que premia la excelencia, reclama el respeto y promueve la solidaridad; una cultura que aprende de sus errores, distingue a quien lo merece, elige a sus mejores y aplaude los éxitos de unos porque sabe que son de todos.    

Ese Ciudadano debe vivir sin olvidar lo que dijo uno de los grandes del Siglo XX, respecto a que la democracia es el peor sistema político del mundo, con excepción de todos los demás; y que, en el fondo de su corazón, y aunque sea en su inconsciente, sabe que el valor, el único y el principal, del que depende su bienestar, su honor y su humana dignidad es la libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Facing the decline of the public sector
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

28 Oct 2022

La confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

 

Hace unos años encontré un proverbio que dice: No hay puerta mejor cerrada que la que puede dejarse abierta”.

Decía un maestro, “la vida buena es cuestión de confianza”; y es cierto, la vida diaria tiene otro pulso cuando se puede confiar en el doctor, en la tienda de la esquina, en la empresa en que se trabaja, en el juez, en la policía, en las instituciones del Estado.

En los últimos 20 años, o sea, casi todo lo que va del Siglo XXI, según estudios serios, la política, la economía, y ahora la salud, han venido sufriendo un descalabro de tal magnitud que ha hecho que los latinoamericanos hayamos perdido la confianza en nuestro entorno a niveles tan bajos que comprometen el desarrollo de nuestra región.

En estos estudios se demuestra que la virtud de la confianza en América Latina está mucho más deteriorada que en los países desarrollados. Sus hallazgos confirman que nuestras sociedades viven con desconfianza en su prójimo, con desconfianza en su comunidad, en las autoridades, en las instituciones públicas y privadas.

Según los expertos, este déficit de confianza compromete el desarrollo y el futuro. Nos hace sociedades débiles y sumisas, descabeza el civismo, facilita la autocracia y erosiona las libertades.  

La confianza es la base de la cooperación social. Sin ella, no hay desarrollo. La prosperidad depende de la capacidad de asociarse y esto solo se alcanza cuando hay desarrollo humano. Un desarrollo que solo dan la confianza y la asociación para alcanzar consensos que anhelan y trabajan por causas comunes. Esta es la clave del desarrollo.

Dice un querido maestro que las personas confiamos únicamente en quienes aún no nos han mentido. El problema es que, en los últimos 20 años, la América Latina se ha llenado de mentiras e indiferencia, de sus gobiernos, de sus políticos, de sus élites.

Dice el maestro que la confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

¿Quién va a confiar en los estafadores que mienten; en quienes no honran su palabra o deshonran los contratos?

Si esto es cierto en el orden económico, lo es mucho más en el orden político. Por eso, las personas – los ciudadanos – los grupos y las instituciones de la sociedad deben volver a los valores fundacionales que construyen naciones libres y prósperas. El primero, la confianza en nosotros mismos.

En estos tiempos aciagos y seculares debemos rescatar la confianza porque es la base de la unidad, el requisito de la cooperación social, la cláusula del bienestar, la razón que nos da paz y armonía  

Ante la decadencia de lo público y la indecencia de los políticos, el ciudadano se refugia en su grupo y en su familia. Ante el abandono del Estado no le queda más que confiar en si mismo, en su familia, en sus amigos, en sus compañeros; las únicas personas en este mundo a quienes, como dice el proverbio, se puede dejar abierta la puerta de su hogar.

 

 

 

 

 

 

 

Ante la decadencia de lo público
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

28 Oct 2022

La confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

 

Hace unos años encontré un proverbio que dice: No hay puerta mejor cerrada que la que puede dejarse abierta”.

Decía un maestro, “la vida buena es cuestión de confianza”; y es cierto, la vida diaria tiene otro pulso cuando se puede confiar en el doctor, en la tienda de la esquina, en la empresa en que se trabaja, en el juez, en la policía, en las instituciones del Estado.

En los últimos 20 años, o sea, casi todo lo que va del Siglo XXI, según estudios serios, la política, la economía, y ahora la salud, han venido sufriendo un descalabro de tal magnitud que ha hecho que los latinoamericanos hayamos perdido la confianza en nuestro entorno a niveles tan bajos que comprometen el desarrollo de nuestra región.

En estos estudios se demuestra que la virtud de la confianza en América Latina está mucho más deteriorada que en los países desarrollados. Sus hallazgos confirman que nuestras sociedades viven con desconfianza en su prójimo, con desconfianza en su comunidad, en las autoridades, en las instituciones públicas y privadas.

Según los expertos, este déficit de confianza compromete el desarrollo y el futuro. Nos hace sociedades débiles y sumisas, descabeza el civismo, facilita la autocracia y erosiona las libertades.  

La confianza es la base de la cooperación social. Sin ella, no hay desarrollo. La prosperidad depende de la capacidad de asociarse y esto solo se alcanza cuando hay desarrollo humano. Un desarrollo que solo dan la confianza y la asociación para alcanzar consensos que anhelan y trabajan por causas comunes. Esta es la clave del desarrollo.

Dice un querido maestro que las personas confiamos únicamente en quienes aún no nos han mentido. El problema es que, en los últimos 20 años, la América Latina se ha llenado de mentiras e indiferencia, de sus gobiernos, de sus políticos, de sus élites.

Dice el maestro que la confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

¿Quién va a confiar en los estafadores que mienten; en quienes no honran su palabra o deshonran los contratos?

Si esto es cierto en el orden económico, lo es mucho más en el orden político. Por eso, las personas – los ciudadanos – los grupos y las instituciones de la sociedad deben volver a los valores fundacionales que construyen naciones libres y prósperas. El primero, la confianza en nosotros mismos.

En estos tiempos aciagos y seculares debemos rescatar la confianza porque es la base de la unidad, el requisito de la cooperación social, la cláusula del bienestar, la razón que nos da paz y armonía  

Ante la decadencia de lo público y la indecencia de los políticos, el ciudadano se refugia en su grupo y en su familia. Ante el abandono del Estado no le queda más que confiar en si mismo, en su familia, en sus amigos, en sus compañeros; las únicas personas en este mundo a quienes, como dice el proverbio, se puede dejar abierta la puerta de su hogar.

 

 

 

 

 

 

 

The free fall of Cristina in Argentina and Castillo in Perú
113
Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
07 Dec 2022

 En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

En estos días previos a las fiestas decembrinas y en pleno del mundial de fútbol, la política latinoamericana se rehúsa a darnos una tregua de descanso.

El martes 6 de diciembre, la vicepresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner fue condenada a seis años de prisión y a una inhabilitación política de por vida por su conexión en el desfalco por 1000 millones de dólares del erario público por el caso “Vialidad”.

En una jugada melodramática, la vicepresidenta no perdió oportunidad de volver a victimizarse y salió declarando que no se va a presentar como candidata al 2023 y que se retirará “a su casa” como lo hizo en 2015. Según los cálculos de la bancada kirchnerista en el Congreso, con la caída de Fernández de Kirchner, se iba a desatar un “quilombo”, es decir, una oleada de protestas en el país. Sin embargo, eso no sucedió. Al parecer, el bad timing se debe a que el mundial de fútbol se halla más alto en la escala de prioridades de los ciudadanos argentinos en estos momentos.

Más allá de las formalidades procesales del caso, nos detendremos en las repercusiones de esta sentencia en la política argentina. Básicamente, la condena de Fernández de Kirchner puede ser el último clavo en el ataúd del “kirchnerismo”, un movimiento populista vástago del histórico peronismo que ha dominando por casi dos décadas la política del país austral. En ese sentido, la inhabilitación política de Cristina puede abrir el dique para una re-configuración de liderazgos dentro del peronismo de cara a la elección de 2023, además cuando el gobierno de Alberto Fernández se halla en sus mínimos históricos de popularidad y la derecha tiene grandes posibilidades de llegar al poder.

Por cierto, no extrañó que el corifeo del Foro de Sao Paulo conformado por AMLO desde México, Díaz-Canel desde Cuba y Xiomara Castro desde Honduras, repudiaran la sentencia a Fernández de Kirchner y le reiteraran su solidaridad.

Por otra parte, el miércoles 7 de diciembre, cuando la mayoría del Congreso peruano se preparaba para declarar la vacancia por “incapacidad moral” del presidente Castillo, éste decidió decantarse por un arrebato autoritario disolviendo el Congreso y el Poder Judicial, además de convocar a una Constituyente para los siguientes meses y decretar un Gobierno de excepción justo horas antes del debate de la moción, que culminó finalmente en la destitución y detención del mandatario.

Este “autogolpe” y posterior muerte cruzada fue el punto más álgido de un enfrentamiento de año y medio en donde Castillo no demostró la suficiente inteligencia política para hacer gobierno. Con un Congreso hiperfragmentado, un gabinete que cambió por lo menos cinco veces y por el que pasaron más de 50 ministros diferentes, un escándalo de corrupción en el que está inmersa su propia familia y finalmente la ruptura con su mentor político, el ex senderista y leninista Vladimir Cerrón, hicieron que el desesperado y tembloroso maestro rural se erigiera en autócrata por unas horas. Ahora se unirá al club de ex presidentes convictos peruanos.

Este sin duda es un revés para el nuevo eje político latinoamericano liderado por AMLO desde México, quien hace semanas expresó su solidaridad a Castillo diciendo que el peruano era víctima de la “rabia conservadora” y a quien consideraba respaldar en la próxima Cumbre de la Alianza del Pacífico cuyo lugar de celebración fue cambiado a última hora a la ciudad de Lima, luego de que el Congreso peruano prohibiera a Castillo salir del país para asistir a la cita original en la ciudad de Oaxaca, México. En el acto de entrega de la presidencia pro témpore a Castillo, AMLO seguramente tenía pensado desplegar su acostumbrada perorata anti-imperialista de unión de los pueblos latinoamericanos. Horas después de la detención de Castillo, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, twitteó que la cumbre se suspendía[1] .

En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

[1] La idea original de Castillo era refugiarse en la embajada de México, pero terminó en la prefectura de la policía porque el pueblo peruano se congregó en las afueras del recinto diplomático para impedirle la entrada.

How does Guatemala score in the 2022 Rule of Law Index?
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
07 Dec 2022

El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

 

Recientemente el World Justice Project publicó el Índice de Estado de Derecho para el 2022. Cada año aprovecho para recordar la importancia del ideal del Estado de Derecho, de la forma en que se compone el índice, de quiénes son los mejor y peor evaluados en el índice y ver en dónde se ubica Guatemala.

Definir el Estado de Derecho no es fácil y no hay un consenso general dentro de la academia. Sin embargo, en las últimas décadas ha cobrado importancia. Por ejemplo, el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea hace mención del Estado de Derecho como uno de los valores de la Unión.

También desde las ONU ha quedado plasmada la importancia del estado de derecho. Vale la pena citar un pasaje de la resolución A/RES/67/1 que dejó claro que: “Reconocemos que el estado de derecho se aplica a todos los Estados por igual y a las organizaciones internacionales, incluidas las Naciones Unidas y sus órganos principales, y que el respeto y la promoción del estado de derecho y la justicia deben guiar todas sus actividades y conferir previsibilidad y legitimidad a sus acciones”.

La Comisión de Venecia elaboró los criterios de verificación del Estado de Derecho para monitorear su cumplimiento de forma más certera. En este informe, se cita la definición de Lord Bingham quien definió el Estado de derecho o la rule of law como aquella situación en que:

“todas las personas y autoridades dentro de un Estado, ya sean públicos o privados, deben obedecer y tener derecho al beneficio de las leyes públicamente aprobadas, teniendo efecto (generalmente) hacia futuro y administradas públicamente por los tribunales”.

El World Justice Project se propone “medir” el cumplimiento del ideal del Estado de Derecho a partir de 44 indicadores que se engloban en ocho categorías más amplias. En el índice de 2022, se midieron 140 países.

Las ocho categorías a medir y el puesto de Guatemala en el ránking son las siguientes: 1) límites al poder del gobierno (75/140); 2) ausencia de corrupción (114/140); 3) gobierno abierto (65/140); 4) derechos fundamentales (74/140); 5) orden y seguridad (125/140); 6) cumplimiento regulatorio (115/140); 7) justicia civil (135/140); y 8) justicia penal (127/140).

En el ránking global, en 2022 Guatemala queda en el puesto 110 de 140 países. En 2021, Guatemala calificó en el puesto 109 de 139 países. Tanto en 2021 como en 2022, en el índice absoluto Guatemala califica con 0.44 (siendo 0 la peor nota y 1 la mejor). Su caida en el ránking es una caída en la posición relativa al agregarse un país más a la medición (lo mismo sucedía en 2021). Guatemala está entre Níger (109) y Madagascar (111).

El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

Agrego un elemento más para la reflexión. En el testo The Rule of Law de Lord Bingham, el autor establece ocho criterios para el estado de derecho. El octavo criterio establece: “El estado de derecho exige el cumplimiento por parte del Estado de sus obligaciones tanto en el derecho internacional como en el derecho nacional”. Si agregamos este elemento, ¿cómo calificaría Guatemala en este aspecto?

La caída libre de Cristina en Argentina y Castillo en Perú
113
Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
07 Dec 2022

En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

En estos días previos a las fiestas decembrinas y en pleno del mundial de fútbol, la política latinoamericana se rehúsa a darnos una tregua de descanso.

El martes 6 de diciembre, la vicepresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner fue condenada a seis años de prisión y a una inhabilitación política de por vida por su conexión en el desfalco por 1000 millones de dólares del erario público por el caso “Vialidad”.

En una jugada melodramática, la vicepresidenta no perdió oportunidad de volver a victimizarse y salió declarando que no se va a presentar como candidata al 2023 y que se retirará “a su casa” como lo hizo en 2015. Según los cálculos de la bancada kirchnerista en el Congreso, con la caída de Fernández de Kirchner, se iba a desatar un “quilombo”, es decir, una oleada de protestas en el país. Sin embargo, eso no sucedió. Al parecer, el bad timing se debe a que el mundial de fútbol se halla más alto en la escala de prioridades de los ciudadanos argentinos en estos momentos.

Más allá de las formalidades procesales del caso, nos detendremos en las repercusiones de esta sentencia en la política argentina. Básicamente, la condena de Fernández de Kirchner puede ser el último clavo en el ataúd del “kirchnerismo”, un movimiento populista vástago del histórico peronismo que ha dominando por casi dos décadas la política del país austral. En ese sentido, la inhabilitación política de Cristina puede abrir el dique para una re-configuración de liderazgos dentro del peronismo de cara a la elección de 2023, además cuando el gobierno de Alberto Fernández se halla en sus mínimos históricos de popularidad y la derecha tiene grandes posibilidades de llegar al poder.

Por cierto, no extrañó que el corifeo del Foro de Sao Paulo conformado por AMLO desde México, Díaz-Canel desde Cuba y Xiomara Castro desde Honduras, repudiaran la sentencia a Fernández de Kirchner y le reiteraran su solidaridad.

Por otra parte, el miércoles 7 de diciembre, cuando la mayoría del Congreso peruano se preparaba para declarar la vacancia por “incapacidad moral” del presidente Castillo, éste decidió decantarse por un arrebato autoritario disolviendo el Congreso y el Poder Judicial, además de convocar a una Constituyente para los siguientes meses y decretar un Gobierno de excepción justo horas antes del debate de la moción, que culminó finalmente en la destitución y detención del mandatario.

Este “autogolpe” y posterior muerte cruzada fue el punto más álgido de un enfrentamiento de año y medio en donde Castillo no demostró la suficiente inteligencia política para hacer gobierno. Con un Congreso hiperfragmentado, un gabinete que cambió por lo menos cinco veces y por el que pasaron más de 50 ministros diferentes, un escándalo de corrupción en el que está inmersa su propia familia y finalmente la ruptura con su mentor político, el ex senderista y leninista Vladimir Cerrón, hicieron que el desesperado y tembloroso maestro rural se erigiera en autócrata por unas horas. Ahora se unirá al club de ex presidentes convictos peruanos.

Este sin duda es un revés para el nuevo eje político latinoamericano liderado por AMLO desde México, quien hace semanas expresó su solidaridad a Castillo diciendo que el peruano era víctima de la “rabia conservadora” y a quien consideraba respaldar en la próxima Cumbre de la Alianza del Pacífico cuyo lugar de celebración fue cambiado a última hora a la ciudad de Lima, luego de que el Congreso peruano prohibiera a Castillo salir del país para asistir a la cita original en la ciudad de Oaxaca, México. En el acto de entrega de la presidencia pro témpore a Castillo, AMLO seguramente tenía pensado desplegar su acostumbrada perorata anti-imperialista de unión de los pueblos latinoamericanos. Horas después de la detención de Castillo, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, twitteó que la cumbre se suspendía[1] .

En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

[1] La idea original de Castillo era refugiarse en la embajada de México, pero terminó en la prefectura de la policía porque el pueblo peruano se congregó en las afueras del recinto diplomático para impedirle la entrada.

¿Cómo califica Guatemala en el Índice de Estado de Derecho de 2022?
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
07 Dec 2022

El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

 

Recientemente el World Justice Project publicó el Índice de Estado de Derecho para el 2022. Cada año aprovecho para recordar la importancia del ideal del Estado de Derecho, de la forma en que se compone el índice, de quiénes son los mejor y peor evaluados en el índice y ver en dónde se ubica Guatemala.

Definir el Estado de Derecho no es fácil y no hay un consenso general dentro de la academia. Sin embargo, en las últimas décadas ha cobrado importancia. Por ejemplo, el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea hace mención del Estado de Derecho como uno de los valores de la Unión.

También desde las ONU ha quedado plasmada la importancia del estado de derecho. Vale la pena citar un pasaje de la resolución A/RES/67/1 que dejó claro que: “Reconocemos que el estado de derecho se aplica a todos los Estados por igual y a las organizaciones internacionales, incluidas las Naciones Unidas y sus órganos principales, y que el respeto y la promoción del estado de derecho y la justicia deben guiar todas sus actividades y conferir previsibilidad y legitimidad a sus acciones”.

La Comisión de Venecia elaboró los criterios de verificación del Estado de Derecho para monitorear su cumplimiento de forma más certera. En este informe, se cita la definición de Lord Bingham quien definió el Estado de derecho o la rule of law como aquella situación en que:

“todas las personas y autoridades dentro de un Estado, ya sean públicos o privados, deben obedecer y tener derecho al beneficio de las leyes públicamente aprobadas, teniendo efecto (generalmente) hacia futuro y administradas públicamente por los tribunales”.

El World Justice Project se propone “medir” el cumplimiento del ideal del Estado de Derecho a partir de 44 indicadores que se engloban en ocho categorías más amplias. En el índice de 2022, se midieron 140 países.

Las ocho categorías a medir y el puesto de Guatemala en el ránking son las siguientes: 1) límites al poder del gobierno (75/140); 2) ausencia de corrupción (114/140); 3) gobierno abierto (65/140); 4) derechos fundamentales (74/140); 5) orden y seguridad (125/140); 6) cumplimiento regulatorio (115/140); 7) justicia civil (135/140); y 8) justicia penal (127/140).

En el ránking global, en 2022 Guatemala queda en el puesto 110 de 140 países. En 2021, Guatemala calificó en el puesto 109 de 139 países. Tanto en 2021 como en 2022, en el índice absoluto Guatemala califica con 0.44 (siendo 0 la peor nota y 1 la mejor). Su caida en el ránking es una caída en la posición relativa al agregarse un país más a la medición (lo mismo sucedía en 2021). Guatemala está entre Níger (109) y Madagascar (111).

El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

Agrego un elemento más para la reflexión. En el testo The Rule of Law de Lord Bingham, el autor establece ocho criterios para el estado de derecho. El octavo criterio establece: “El estado de derecho exige el cumplimiento por parte del Estado de sus obligaciones tanto en el derecho internacional como en el derecho nacional”. Si agregamos este elemento, ¿cómo calificaría Guatemala en este aspecto?