Incómodos pero eternos acompañantes

Incómodos pero eternos acompañantes
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
08 Abr 2020

Los virus y microbios representan la adaptación por selección natural más acabada, por el desarrollo de su capacidad de habitar, transmitirse y propagarse de una forma cada vez más sofisticada y eficiente en fecundos huéspedes como los humanos. Por milenios, nos hemos convertido en el vehículo predilecto de estos incómodos acompañantes por nuestra propia hegemonía como especie. Se podría decir que los virus y las enfermedades infecciosas masivas son el gran costo de nuestro éxito evolutivo.

 

Cuando Hernán Cortés llegó a la ciudad de Tenochtitlán, en 1520, trajo con él no sólo a un ejército de 600 hombres, sino un contingente de viruela que arrasaría por los próximos cien años ─hasta 1618─ con más del 90% de la población de lo que alguna vez fue el Imperio Azteca, que se desplomó en ese lapso, de 20 millones a 1.6 millones de habitantes[1] [2].

Los virus, bacterias, microbios, gérmenes e infecciones siempre han escoltado a la humanidad desde sus más remotos orígenes. Por milenios, a lo largo de nuestra historia evolutiva, la humanidad ha sido el reservorio más grande de estos microorganismos y, cada tanto, surge un virus de un alcance devastador que arrasa poblaciones enteras.

Con el surgimiento de la agricultura hace 10,000 años, a partir de la llamada Revolución Neolítica, también surgen las pandemias y las enfermedades infecciosas multitudinarias: por el simple hecho de que la agricultura permitió el sostenimiento de enormes poblaciones humanas mucho más densas, sedentarias y populosas que las comunidades de cazadores-recolectores. Por ende, aumentó la capacidad de propagación a gran escala de las enfermedades[3]. Así las cosas, las también llamadas “civilizaciones hidráulicas”, asentadas en los márgenes de grandes ríos y cuerpos fluviales (y por ende, aguas residuales), fueron un prolífico caldo de cultivo para gérmenes y bacterias, particularmente con la agricultura de irrigación. La ganadería y la cría de animales para el consumo, también ha sido una fuente de enfermedades infecciosas por el contacto que hay entre los humanos y las bacterias de restos fecales y larvas animales. Y, finalmente, el almacenamiento y provisión de alimentos propio de las sociedades agrícolas-sedentarias, también ha sido desde entonces, un foco de bacterias, gérmenes y parásitos potencialmente letales que se transmiten de animales a humanos.

Posteriormente, con el surgimiento de poblaciones cada vez más urbanas y la formación acelerada de ciudades algunos siglos atrás, las rutas comerciales y las migraciones constantes; las enfermedades infecciosas han sido para la humanidad, un enemigo más letal que las guerras, las hambrunas y los desastres naturales y, desafortunadamente, un acompañante más común que los flagelos anteriores.  

Con la Revolución Industrial, las poblaciones urbanas de los grandes centros industriales y, consecuentemente, con el surgimiento de la sociedad de masas y la globalización entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX; las pandemias se han convertido en un peligro latente debido a la hiper-conectividad en las comunicaciones aéreas, que en cuestión de horas puede llevar a un virus de un continente a otro.

Los primeros registros de enfermedades infecciosas conocidas, según el geógrafo e historiador Jared Diamond, los tenemos alrededor del 1600 a. C en Egipto, en el caso de la viruela; desde el 400 a. C. en el caso de las paperas y desde el 200 a. C en el caso de la lepra. Adicionalmente, la poliomielitis fue descubierta en 1840 y el VIH en 1981.

De las pestes más letales registradas en la historia, está la Plaga Antonina (168-180), que fue una pandemia de sarampión que acabó con la vida de millones de ciudadanos romanos; la Peste Negra, en 1348, que acabaría con un tercio de la población de la Europa bajomedieval y, obviamente, la pandemia de la Gripe Española de 1918, que terminó con la vida de más de 20 millones de personas (cifras conservadoras) alrededor del mundo.

Desde el punto de vista de la historia evolutiva, los virus y microbios representan la adaptación por selección natural más acabada, por el desarrollo de su capacidad de habitar, transmitirse y propagarse de una forma cada vez más sofisticada y eficiente en fecundos huéspedes como los humanos. Por milenios, nos hemos convertido en el vehículo predilecto de estos incómodos acompañantes por nuestra propia hegemonía como especie. Se podría decir que los virus y las enfermedades infecciosas masivas son el gran costo de nuestro éxito evolutivo como civilización.

Hoy, en plena pandemia del COVID-19, si bien contamos con vacunas a muchas enfermedades infecciosas que nos han azotado por milenios, si bien tenemos antibióticos, adelantos médico-científicos, disciplinas como la epidemiología y acceso (casi) universal a la salud en buena parte del mundo; nos percibimos frágiles e impotentes para enfrentar a este nuevo virus, pero debemos entender (con un poco de perspectiva histórica y resiliencia), que no será el primero ni el último con el que tendremos que lidiar como humanidad.

 

 

[1] DIAMOND, Jared. Guns, Germs and Steel. New York. W. W. Norton & Company. 1997. Pp. 209

[2] HARARI, Yuval Noah. Sapiens. A brief history of humankind. New York. Harper Perennial. 2014.Pp. 293

[3] Esto no significa que las poblaciones humanas pequeñas y aisladas, estén libres de enfermedades infecciosas. La evidencia arqueológica sólo indica que en la organización tribal y clánica y de grupos humanos más pequeños de cazadores-recolectores nómadas del paleolítico, la propagación de enfermedades era más “contenida” y por su tamaño, no podían sostener grandes epidemias. (DIAMOND, Jared. Ob Cit. Pp. 202 et. HARARI, Yuval Noah. Ob CIt. Pp. 55)